José Antonio Rojas Nieto
El autor nos comparte sus estimaciones actualizadas sobre el consumo nacional de energía. Sobresalen datos como el de poco más de 2 millones de barriles diarios de petróleo equivalente; también que el 43% de este enorme consumo se va a transporte; por último, que esta energía le cuesta al país 65,000 millones de dólares al año, el 8% del PIB.
Ultimos datos oficiales. El consumo diario final de energía (suma de la primaria, como la leña y el carbón utilizados sin transformación, y de la secundaria, como la gasolina o la electricidad, resultado de la transformación de parte de la primaria) equivale a poco más de 2 millones de barriles de petróleo. Equivale. Pero se compone en 65 por ciento de petrolíferos. Un 11 por ciento de gas natural. Un 15 por ciento de electricidad que, a su vez, utilizó fuentes primarias como el agua, el vapor geotérmico, el gas natural, el carbón térmico, y secundarias como el combustóleo y el dísel. El 9 por ciento restante corresponde al consumo de leña, bagazo de caña, coque y carbón. ¿Quiénes y en qué proporción consumen esta energía llamada final?
En primer lugar el transporte, 43 por ciento. En segundo la industria, 29 por ciento. Luego viviendas, comercios, edificios públicos, alumbrado y bombeo de aguas potables y negras, con 19 por ciento. Los usos no energéticos (básicamente petroquímica) significan 7 por ciento. Y el 3 restante, la agricultura. Pero se puede decir que poco más de la mitad de esa energía final no es tan final, porque sirve en procesos de transformación industrial y agrícola y en el transporte de bienes. Menos aún si consideramos en esa energía la de oficinas y comercios. Eso nos daría un consumo realmente final equivalente a un millón de barriles al día. Pero bueno. Digamos que el consumo final es el otro, el de poco más de 2 millones. Este volumen sobresale con la llamada oferta interna bruta de energía, la disponible antes de su transformación, su uso intermedio o su utilización final. Nuestra actual oferta interna bruta equivale a 3.5 millones de barriles de petróleo. No olvidemos que exportamos cerca de 2 millones e importamos el equivalente a 580 mil, fundamentalmente como gasolinas. Este es nuestro balance oficial más reciente.
Bueno, pues el pago de los usuarios de toda esa energía final (incluida esa que no es tan final y la de oficinas y comercios) da razón de la llamada factura energética nacional. Oficialmente se informa que en 2006, Pemex recibió 46 mil 719 millones de dólares libres de impuestos por ventas internas de petrolíferos y gas natural. Y que también sin impuestos, los usuarios del sector eléctrico nacional pagaron 18 mil 306 millones de dólares. ¿Qué pagos habría qué sumar o restar para tener una estimación de esa factura energética nacional? Sumar los del gas natural no adquirido de Pemex y consumido finalmente, así como el de algunos otros combustibles. Pero restar todo el pago de la energía que sufrió transformación. Ocupándose un poco en esas cuentas podemos estimar nuestra factura energética, la correspondiente a la energía que se comercializa, que tiene precio o se le estima alguno, como a la leña, por ejemplo. Hoy es cercana a 56 mil millones de dólares. Si sumamos el IVA de estos dos conceptos, el pago total equivale a 65 mil y significa cerca de 8 por ciento de un PIB valuado en 840 mil millones de dólares en 2006. Sí, una buena estimación del pago por concepto de combustibles y electricidad usados en el consumo final de energía sería del orden de entre 8 y 10 por ciento del producto nacional.
Comento una vez más que desde 1981 (año en que se registró el pago en combustibles y electricidad más bajo de nuestra historia económica reciente) esta participación en el PIB no ha dejado de subir, a pesar de que entre 1986 y 1998 lo hizo a un ritmo muy lento. Pero de 1999 en adelante ha subido más de dos puntos porcentuales como peso en el producto nacional. Y puede seguir subiendo si, simultáneamente, no se le ataca por dos vías: mayor eficiencia energética (difícil decir menor cantidad absoluta, por cierto) y menor precio. Lo primero no supone necesariamente consumir menos energía. Pero sí menos por unidad de producto o, su equivalente teórico, tener mayor bienestar con menos energía relativa. Y esto sólo se logra con cambio técnico -sí-, pero también sólo y de manera primordial con cambio de hábitos y prácticas sociales.
Esto último va aparejado al cambio técnico, pero exige más, mucho más años. Aquí apremia un trabajo de fondo. Estamos ayunos de él. Lo segundo, sin duda, obliga -desde luego que lo hace- a una mayor eficiencia de las empresas productoras de energía. Aquí sería bueno tener los compromisos que éstas hacen frente a la sociedad. Y las evaluaciones periódicas de esos compromisos. Aquí también estamos ayunos. Bueno, pero para orientar nuestras acciones en lo que sería una primera línea estratégica (consumir menos energía por unidad de producto y tener más bienestar con su consumo) será útil internarse en cada sector. Y precisar, en cada caso, qué energía se consume y cuánto se paga por ella. Descubriremos una terrible verdad. Seguimos pagando cada vez más por unidad de producto. Y no está claro -de veras que no- que tengamos un mayor bienestar social que lo compense. Pero además -también lo veremos- contaminamos de manera creciente. Lamentablemente.
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