Por: Víctor Orozco
Otro artículo en el debate sobre Petróleos Mexicanos, tan codiciados en estos días
El nacionalismo se quita viajando, decía un inteligente trasterrado español -si no recuerdo mal Julio Álvarez del Vayo- haciendo alusión a las limitaciones y estrecheces de un cierto tipo de patrioterismo agresivo, chato y ramplón, al mismo tiempo que despreciativo o temeroso de lo extranjero. Y, desde luego, en estos remedios no se refería sólo a los desplazamientos físicos, sino sobre todo a los intelectuales, a los viajes por los idiomas y las culturas. De este esperpento de nacionalismo, componente básico de las guerras europeas y mundiales durante las dos últimas centurias, emergieron los hitlers, musolinis y francos de todas las épocas.
Pero hay otro nacionalismo, aquel que identifica al individuo aislado con una colectividad y sus grandes causas, que posibilita su inserción en el mundo sin dejar de ser mexicano o español, también la elevación de su carácter al rango de hombre o mujer universales, a la vez que brasileños, colombianos o venezolanos. Es el nacionalismo que late en la literatura de Gabriel García Márquez o de Alejo Carpentier, espíritus cosmopolitas si los hay, cuya fuente de inspiración son, sin embargo, aldeas y pueblos conocidos apenas por los lugareños. También es el nacionalismo que no comparte la ingenuidad – criminal cuando la padece un estadista- de suponer que en el mundo actual no juegan ya los intereses de los estados y de los países y que por tanto los pueblos deben sumarse sin más a la imparable globalización. Es el mismo nacionalismo que ha denunciado la devastación de los recursos naturales de los pueblos latinoamericanos por los imperios europeos y de los Estados Unidos.
Desde luego, la polémica en derredor del nacionalismo tiene implicaciones terriblemente reales, vinculadas a la vida cotidiana y a la suerte de millones de personas. Este es el caso del debate sobre el petróleo mexicano. Unos suponen que aquellos ubicados en la defensa de PEMEX como empresa pública y exclusivamente mexicana, cargarían con un nacionalismo trasnochado, premoderno y obsoleto. En un mundo de “yuppies” gobernando y ejecutivos sin ideología, de intelectuales comodinos, aparece como fuera de lugar el reclamo de evitar la captura de la empresa petrolera por los empresarios privados, ya sea mexicanos o extranjeros. Así que veamos los números descarnados:
Petróleos Mexicanos obtuvo el año pasado utilidades por 660 mil 152 millones de pesos. Las treinta mayores compañías que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores, entre ellas Cementos Mexicanos, América Móvil, Teléfonos de México, Wal-Mart, Grupo México, Alfa, Televisa, Grupo Modelo, Elektra, Fomento Económico Mexicano, Kimberly Clark, Inbursa, Bimbo, Sigma Alimentos, Liverpool, Geo, Soriana, Grupo Aeroportuario del Pacífico y Axtel, reportaron ganancias por 221 mil 500 millones de pesos. ¿Cuánto pagaron de impuestos estos gigantes? No lo sabemos a ciencia cierta, pero sí sabemos según los informes de la paraestatal, que ésta entregó al fisco federal en ese período 676 mil 278 millones de pesos, por lo cual en la contabilidad figuran pérdidas mayores a 16,000 millones. Estas macro cifras revelan los hechos que se encuentran atrás de los proyectos para privatizar la empresa petrolera. Se trataría del negocio del siglo para los empresarios mexicanos y extranjeros, ante el cual la venta de Teléfonos de México y del resto de empresas estatales, que ha significado la formación de las mayores fortunas conocidas en nuestra historia, quedaría como una compra en la tienda de la esquina.
Esta masa de riqueza generada en el territorio nacional por los mexicanos es la que se encuentra en disputa. El asunto es decidir quién la administra y a donde van a parar sus beneficios. Hasta ahora y pese a la rapiña de las corruptas camarillas políticas y sindicales, PEMEX ha sido el indiscutible motor del desarrollo económico del país. ¿Lo seguiría siendo si transfiere sus utilidades a los privados?. ¿Cuánto regresarán éstos por la vía de los impuestos?. ¿Estarían dispuestos a subordinar la obtención de las ganancias a intereses colectivos como el empleo estratégico de las reservas y de la producción petroleras o la salvaguarda del medio ambiente?
El gobierno federal ha emprendido una costosa campaña en los medios para convencer a los mexicanos que debemos ir por el petróleo en aguas profundas, necesidad imposible de satisfacer si no se permite la participación de los empresarios privados. No se explica la relación, se pretende convencer a la ciudadanía que debe consentir la entrada en PEMEX de los intereses privados a partir de proyectos ambiciosos y no se le informa de las consecuencias. Desde hace tres décadas, la política oficial ha sido la de privilegiar la extracción de crudo y la exportación. Se abandonaron la petroquímica básica y otros procesos de industrialización y ahora se nos dice subliminalmente, hay que vender PEMEX para dejar de importar gasolina.
En el acuerdo para privatizar la producción del petróleo mexicano, están las empresas extranjeras, los grupos de capitalistas nacionales, el gobierno actual y desde luego las camarillas sindicales enriquecidas y solapadas por el Estado. De los dientes para afuera, los dirigentes del PRI han manifestado su oposición al proyecto. Al final, ya veremos a sus líderes parlamentarios cabildeando privilegios y aplaudiendo la ley de los panistas. ¿Y cómo sería la nueva empresa?. Pues por las vísperas se saca el santo: Camilo Mouriño, hoy secretario de Gobernación, hace cinco años era el Jefe de Asesores del Secretario de Energía y Presidente del Consejo de Administración de PEMEX (Actual Presidente de la República) y simultáneamente representante de la empresa propiedad de su familia que celebraba contratos sin licitación con PEMEX, cuyo abogado era César Nava el actual secretario de Felipe Calderón. Todos las puntas en una sola mano. Nadie pierde, excepto el pueblo mexicano. No firmó los papeles algún líder charro porque no era necesario, pero ya sabemos cómo se comportarían: hace unos días que sellaron el pacto con el gobierno panista en la asamblea de la CTM, donde su multimillonario líder formal, representativo del viejo y degradado modelo de control estatal del movimiento obrero, le rindió pleitesía a Felipe Calderón. A su vez, el gobierno federal mantiene una indestructible alianza de corruptelas y repartos de canonjías con el grupo de Elba Esther Gordillo. Décadas de denuncias del viejo PAN y reclamos de un “sindicalismo libre” ¿Dónde quedaron?.
Así que, la polémica no es entre un nacionalismo superado y una moderna élite globalizadora, sino entre las mismas viejas corrientes de siempre, aunque renovadas: aquellos que defienden los intereses nacionales y aquellos que buscan someterlos a las oligarquías.