José Antonio Rojas Nieto
El Dr. Rojas comparte con nosotros, lo que para él es una preocupación diaria: El Óptimo Nacional en Energía, y nos invita a pensar en los grandes temas de la política energética nacional, desde la perspectiva analítica de su ejercicio profesional como uno de los economistas ocupados de la realidad de la energía en nuestro país.
En 2006, el mundo consumió cerca de 84 millones de barriles diarios de petróleo. Este representó -dicen las estadísticas mundiales- cerca del 36 por ciento del consumo mundial de energía primaria. Así, el 64 por ciento restante se integró con otros combustibles: gas natural (24 por ciento), carbón (28 por ciento), energía nuclear (6 por ciento) y, finalmente, las energías renovables encabezadas por la hidroelectricidad, (otro 6 por ciento). Para cada mil dólares de producto mundial, a escala global se requiere consumir energía equivalente a 1.7 barriles de petróleo. De estos -ratifico- el petróleo representa poco más de medio barril por cada mil dólares de producto mundial.
¿Cuál es la situación en México respecto a esto? Bueno, pues en nuestro caso, un consumo diario de poco menos de dos millones de barriles de petróleo al día representa el 69 o 70 por ciento de nuestros requerimientos diarios de energía total, equivalentes a casi 3 millones de barriles de petróleo al día. Y es que por cada mil dólares de producto interno bruto que se genera en México (valuado en dólares del 2007), se utiliza energía total equivalente a 1.219 barriles de petróleo al día (70 por ciento petróleo). En el año 2006, nuestro PIB fue del orden de los 840 mil millones de dólares.
Aquí una primera reflexión. Sin duda, utilizamos menos energía por unidad de producto que el promedio mundial: cerca del 28 por ciento menos. Pero -siempre un pero- utilizamos más. No sólo en relación con las 12 economías que nos anteceden por el valor de su producto. También respecto de muchas economías con producto de valor menor al nuestro. Las diferencias en la eficiencia energética con estas economías pueden llegar hasta e 60 por ciento, como sucede con Suiza (notable). En algunos casos son cercanas a 40 por ciento o un poco más, como resulta al compararnos con Alemania, España, Francia, Italia, Japón, el Reino Unido y Suecia. Y en otros apenas entre 10 y 15 por ciento, como en los casos de Australia y Holanda Y, sin embargo -hay que decirlo- consumimos menos por unidad de producto que Argentina, Bélgica, Brasil, Turquía, Venezuela y, sin duda, que China y Rusia, que son unos de los de mayor intensidad energética del mundo.
También hay que decir que nuestro consumo por unidad de producto es similar al de Estados Unidos e inferior al de Canadá. Pero -atención, para evitar falsas celebraciones o falsas preocupaciones- en éste y otros casos no sólo hay que tener presentes las diferencias de temperatura, sino la estructura productiva. No es lo mismo -dice Perogrullo- una economía en la que, por ejemplo, se produce acero, aluminio, cemento, químicos y vidrio, artículos intensivos en el consumo de energía; que otra cuyo valor agregado se genera con fuertes sectores de la industria liviana, de alta tecnología, industria turística, o sólidos sectores comerciales o de servicios.
Y aquí una segunda reflexión: Atrás de este simple pero delicado indicador (energía por unidad de producto), está la llamada factura energética, suma del gasto de personas, familias y gobierno en energía con el de empresas. En el primer caso se vincula directamente con el nivel de bienestar de personas, familias y sociedad en general. Y en el segundo con el nivel de competitividad de las empresas, que también repercute -sin duda- en el bienestar social, al permitir bienes y servicios más o menos caros. Todo esto para formular dos o tres preguntas: ¿Hacia dónde vamos en el campo energético? ¿Qué podemos esperar para los próximos años ya no sólo en nuestra producción -tan de moda en estos días por el dramático declive en nuestra producción de petróleo-, sino aun en nuestra estructura de mismo consumo -tan concentrada en un transporte caro y dispendioso? De algo estoy cierto. No se cambia esta situación de un año para otro. Ni siquiera en un sexenio. Señalo dos ejemplos para ilustrarlo. Nuestro consumo de energía por unidad de producto es, ciertamente, 30 por ciento menor que el de los años sesenta. Pero sigue siendo prácticamente el mismo que el de los años ochenta. Sin embargo, en los años sesenta el petróleo representaba menos de la mitad de nuestro consumo energético global. Hoy -de nuevo lo señalo- seguimos cerca del lamentable 70 por ciento. En aquellos años nuestra factura energética representaba el cinco por ciento de nuestro producto. Hoy ya supera el 10 por ciento. Y -lo peor- desde 1981 se encuentra en una dinámica de crecimiento irreversible. Sigo pensando que es responsabilidad social modificar las tendencias regresivas que se encuentran atrás de estos dos indicadores de mayor consumo y mayor gasto por unidad de producto. Y que su modificación virtuosa exige una altísima conciencia social y un esfuerzo continuo, permanente y serio por parte del Estado.
En esto -también en esto- las empresas públicas de energía tienen una vocación fundamental, que se olvida o desdibuja cuando se alienta su privatización, independiente de la forma que esta asuma. Y es que -parafraseo a Marx- los empresarios privados (y muchos públicos, también y por desgracia) se preocupan menos cuando se afectan 49 de los cincuenta indicadores sociales de eficiencia, sustentabilidad, autodeterminación, soberanía y seguridad, energética, que cuando se afecta un cincuentavo de sus ingresos. Sigue siendo necedad hacer descansar en los privados la suerte de la modificación tendencial de nuestros vicios, en este caso energéticos. Menos aún si no hay -como se demuestra en México- una sólida regulación. El hurto fiscal y la utilización dispendiosa de nuestra renta petrolera desde 1978 es una lamentable muestra de ello. Sin duda.
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