Por: José Antonio Rojas
¿Cómo se determinan los precios de los combustibles y energéticos en México? Esta es una de las principales preguntas teóricas de nuestro entorno económico, social y político de hoy. En realidad de siempre. ¿Recuerda usted la época en que los precios de combustibles industriales, gasolinas, diesel y gas licuado de petróleo (gas LP) en México eran –apenas– un pequeño porcentaje del precio en Estados Unidos? Eso sucedió, básicamente entre 1978 y 1985. Pero a partir de 1986 y, más específicamente a partir de 1992, la mayoría de los precios internos está determinada en función de un referente internacional, en nuestro caso estadunidense.
Con esto –dice la ortodoxia neoclásica– se fija de acuerdo a su costo de oportunidad, el cual refleja la relación entre escasez y elección. Pero digo la mayoría de los precios porque hay casos, como el de las gasolinas, el diesel y el gas LP, en que el precio interno es de los llamados precios administrados, a veces por encima del precio determinado por el costo de oportunidad y a veces por debajo, diferencia que da origen a los llamados subsidios y que normalmente se evalúan y determinan considerando las características o calidades de los combustibles, su precio al público y el tipo de cambio vigentes, asunto que, de suyo, ya tiene sus “asegunes”.
A este respecto, conviene recordar el oportuno artículo de Roberto Gutiérrez, profesor-investigador de la UAM Xochimilco, La contabilidad de los subsidios a las gasolinas y el diesel: un debate abierto en UAM, en Reporte Macroeconómico de México, febrero 2013. Permite una aproximación crítica al asunto del subsidio. Y para una visión “ortodoxa” oficial sobre precios y subsidios de los energéticos se pueden consultar dos artículos recientes (28 de enero de 2013) del Fondo Monetario Internacional: 1) Energy Subsidy Reform: Lessons and Implication; y 2) Case Studies on Energy Subsidy Reform: Lessons and Implications. Asimismo sería fundamental consultar el boletín trimestral de mayo 2012 de The Oxford Institute for Energy Studies (Oxford Energy Forum, issue 88) especialmente dedicado a los subsidios en los energéticos, en el que el investigador de la Universidad de Sussex Paul Segal, muestra su visión sobre el comportamiento de los subsidios en México.
Pero veamos los precios competitivos. ¿Qué nos dice la Estrategia Nacional de Energía (ENE) respecto a los precios? Ante todo se señala que este asunto de los precios forma parte de la Visión oficial del Sector Energía al año 2026, que indica que este sector debe operar con políticas públicas y un marco legal que le permita al país contar con una oferta de energéticos diversificada, suficiente, continua, de alta calidad y –aquí el concepto de marras– a precios competitivos. Pero además, éstos son un elemento integral de dos de los llamado ejes rectores, el de seguridad energética y el de eficiencia económica y productiva. Sin precios competitivos no hay ni seguridad ni eficiencia energéticas.
Es reconocido también como uno de los llamados elementos transversales, es decir, uno de los temas inherentes a cada uno de los objetivos de la ENE y que deben considerarse para asegurar su cumplimiento y lograr la Visión deseada para el año 2026. ¿Qué son, entonces, precios competitivos, según la ENE?
Aunque no hay una definición directa de estos precios competitivos, la lectura del parágrafo 4.4 del capítulo sobre los elementos transversales nos permite aproximarnos a la visión gubernamental sobre ellos. Se señala explícitamente que en el caso de los hidrocarburos los precios buscan reflejar el costo de oportunidad y el precio en el mercado internacional. No obstante –se reconoce en la ENE– hay combustibles en los que hay un precio administrado (resultado de una determinación oficial), que normalmente está por debajo del costo de oportunidad y vinculado (no sin dificultades a veces grandes) a un referente internacional. En este caso – a diferencia de los precios de la electricidad sobre los que no comentaré por el momento– no se habla de los costos de producción. ¿Por qué? Pues porque un implícito no sólo de la ENE sino de todo el ambiente energético mexicano es que el costo de producción del crudo es muy inferior al de “referencia internacional” (permítaseme entrecomillar para recordar anteriores notas en La Jornada donde traté de comentar esto y recomendar ampliamente diversos artículos sobre los costos marginales de referencia de la producción actual de petróleo, cercanos a los 90 dólares por barril).
Esta ventaja comparativa –diría Ricardo– hace posible tener un mecanismo para “pagar” la diferencia entre el precio administrado y el precio determinado por el costo de oportunidad y señalado por el referente internacional seleccionado. Es evidente que en este caso nos encontramos en un terreno no sólo complejo sino sumamente delicado, el de los excedentes petroleros transferidos a los consumidores, que tiene que ver con el manejo eficiente y transparente de la industria petrolera integral –producción primaria, refinación y petroquímica– y con las finanzas públicas, la fiscalidad y, sin duda, con el bienestar de los mexicanos, en este caso vinculado al disfrute de los beneficios (o a la generación de perjuicios) del consumo de combustibles y de electricidad. ¿Por qué? Porque está en juego el monto y el destino de los excedentes petroleros. Ni más ni menos. Por cierto, tendencialmente menores en el México posterior a Cantarell. Y para sólo dar una muestra más de esta complejidad, baste recoger la expresión de la ENE cuando señala que el precio competitivo vinculado al costo de oportunidad y a su vez a un referente internacional, es el que refleja el verdadero valor. ¿Qué es eso? ¿Utilidad o cantidad de trabajo? Lo cierto es que el asunto requiere más, mucho más.
NB. Extraño mucho a Don Víctor Sandoval, a quien conocí en mi casa paterna con Desiderio Macías Silva y a quien desde chico admiré. Tampoco puedo dejar de lamentar el deceso de Arturo Montaña, socio fundador del Centro de Información Geoprospectiva.