Por: José Antonio Rojas Nieto
Con números oficiales del mundo de 2010 y 2011 (Agencia Internacional de Energía, Departamento de Energía de Estados Unidos, Agencia de Energía de la Comisión Europea, estadísticas de British Petroleum, por ejemplo) estimemos volumen y estructura de la energía primaria consumida en 2012, la que, básicamente, se transforma –aún con grandes pérdidas– en combustibles finales y en electricidad.
Diferenciemos, por cierto, la energía que se obtuvo comercialmente de la no comercial. ¿Ejemplo? La llamada biomasa: básicamente leña y bagazo de caña, aún importante en muchos países. En México es el cinco por ciento de la energía final consumida, equivalente a cerca de 150 mil barriles diarios de petróleo. Según los números oficiales, en 2010 se consumieron 12 mil millones de toneladas equivalentes de petróleo (MMTEP) de energía comercializada. Y cerca de 12 mil 717 MMTEP al incluir esa energía no comercializada. Números preliminares de 2011 y estimados de 2012 serían de 12 mil 300 y 12 mil 600 MMTEP, en el primer caso, y de 13 mil y 13 mil 400 MMTEP, en el segundo.
Detengámonos un poco en la estructura de esta energía. Tomemos los datos de la energía comercializable. Incluye tecnologías modernas de utilización de fuentes renovables para generar electricidad. En 2012 representó un consumo diario –siempre equivalente– de 250 millones de barriles de petróleo (MMBPD). Específicamente el petróleo representó poco más de la tercera parte de esa energía, con un consumo próximo a los 90 MMBPD. Cerca de 63 por ciento (55MMBPD) se desplaza –en lo fundamental en una enorme flota marítima petrolera– de las grandes zonas de producción (Medio Oriente, primordialmente) hacia las grandes zonas de consumo (Estados Unidos y la Unión Europea y China).
Algo similar ocurre con el carbón, segundo en el balance mundial, con un consumo diario equivalente que ronda los 80 MMTEP. Así, petróleo y carbón resuelven 64 por ciento de las necesidades de energía comercial. Sumemos el gas natural. Satisface cerca de la cuarta parte de los requerimientos. Así, tendremos tres fuentes no renovables que satisfacen 90 por ciento de los requerimientos mundiales de energía comercial. La energía nuclear de 435 reactores nucleares en operación en el mundo con 374 mil megavatios de capacidad (siete veces la capacidad eléctrica de México y con 65 reactores más en construcción) explica un cinco por ciento más.
Finalmente, las tecnologías de generación eléctrica a partir de recursos hidráulicos, geotérmicos, solares, eólicos, de oleajes, mareas y diferenciales térmicos de aguas marinas, cerca de ocho por ciento restante. Al agregar la energía no comercial, las renovables (con cierto abuso al incluir la biomasa) tendrían una participación de entre 12 y 13 por ciento. Y el resto de formas de energía primaria perdería un poco en la participación antes indicada. Pero la estructura es más o menos clara.
Ahora bien, una concentración cercana a 90 por ciento en no renovables –petróleo, carbón y gas natural– de suyo ya representa un severísimo problema. ¿Qué hacer cuando se acaben? Y si esto fuera poco, qué hacer cuando el consumo de petróleo, carbón y gas natural es el principal responsable de la contaminación, de los gases de efecto invernadero, del cambio climático y, sin duda, altamente corresponsable de la pérdida de los ecosistemas.
Es clara entonces, la necesidad de una reorientación fundamental, esencial o estratégica –escoja adjetivo–, hacia las renovables. Pero –siempre un pero– por lo pronto el panorama de las renovables se encuentra restringido a la generación de electricidad. Y a pesar del enorme dinamismo de ésta (en 30 años prácticamente duplicó su peso en el balance de energía final consumida) hoy sólo satisface 20 por ciento de las necesidades de energía final, entre otras razones, por la enorme, terrible y regresiva orientación del transporte actual, que de manera altamente ineficiente y contaminante, absorbe 27 por ciento de la energía final consumida, casi 30 por ciento en Estados Unidos y la tercera parte en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y un tremendo 46 por ciento en un México donde se ponen altares al automóvil.
En este marco deberemos analizar nuestra situación específica de México, y estudiar con detenimiento la política energética impulsada al menos desde 1978, cuando por la maravilla de Cantarell –hoy en triste y lamentable declive– nos convertimos en exportadores netos de petróleo. Sí, con mucho detenimiento para colaborar en dar un marco al juicio que nos merezca la nueva Estrategia Nacional de Energía que presentará el nuevo gobierno al Senado en unos días. De veras.