Por: José Antonio Rojas Nieto
Con números “oficiales” de México de 2010, 2011 e iniciales de 2012 estimemos volumen y estructura de la energía primaria consumida hoy. Lo primero a notar es la diferencia entre la energía primaria (antes de transformación) y la secundaria (la final, que se transforma en energía útil como iluminación, refrigeración, aire acondicionado, cocción de alimentos, movimiento de personas y mercancías, calor de proceso, entre otras). Es muy pero muy grande. De 40 por ciento.
Con una primaria de poco más de 4 millones de barriles equivalentes de petróleo al día (BEP) y una secundaria para uso final de poco menos de 2 millones y medio de BEP, aparece ese 40 por ciento del total primario disponible. Son los consumos propios del sector energía. Y las pérdidas.
El mismísimo sector energía consume poco más de un millón 300 mil BEP (casi un tercio del total). Y su consumo es suma de energía utilizada para transformaciones y el estrictamente propio. Y al añadir las pérdidas de distribución y comercialización que incluyen los combustibles del oficialmente llamado “mercado ilícito de combustibles” y la electricidad de los también oficialmente denominados “usos ilícitos”, completamos ese 40 por ciento que se gasta antes del consumo final. Puede y debe ser menos.
Para el caso del sector eléctrico las estimaciones oficiales indican pérdidas de transformación de 60 por ciento (por la tecnología disponible) y pérdidas de distribución de 14 por ciento, la mitad de ellas por “usos ilícitos”. Las estructuras de los totales primario y secundario son muy importantes. Y el volumen de bienes y servicios que se produce con esa energía, por un lado, y el nivel de bienestar que tenga la población, por el otro, resultan fundamentales para evaluar con rigor nuestra situación energética.
Como en el caso internacional, también en México la mayor parte de las fuentes primarias de energía (más de 90 por ciento) se compone de recursos no renovables: carbón y coque de carbón (4.5 por ciento); gas natural y condensados (42 por ciento); crudo y petrolíferos (45 por ciento).
Sólo poco menos de 10 por ciento de la energía primaria es renovable. Este es, sin duda, el drama principal de nuestra vida energética. Y se muestra, sin lugar a dudas, en la similarmente dramática estructura de nuestro consumo final de energía. En él las renovables apenas representan, de manera directa, 6 por ciento. Y de manera indirecta –a través de la electricidad– apenas 3 por ciento más.
Y es que pese a que la mitad de las fuentes renovables de energía se destina a la producción de electricidad, éstas sólo representan 14 por ciento de la generación bruta de este fluido eléctrico. Y dado que el fluido eléctrico apenas representa cerca de 18 por ciento del consumo final de energía –la que se transforma en energía útil– finalmente las renovables sólo equivalen –lamentablemente y como he señalado– a no más de 10 por ciento.
Sí, 86 por ciento de la energía primaria equivalente del país que se destina a producir electricidad proviene de fuentes no renovables. Y representa la tercera parte de la energía primaria del país. Y con ella se produce un fluido que, en el balance final, hoy apenas equivale a 18 por ciento. Muy bajo. Exageradamente bajo, entre otras cosas –reitero– por la adoración idolátrica –tramposa y especulativa– al automóvil, al autotransporte. El problema no sería tan delicado si el asunto sólo fuera sólo de participaciones. No. Lo delicado está en que 84 por ciento de la energía primaria utilizada para producir electricidad representa una de las fuentes primordiales de contaminación, aspecto que será necesario profundizar en otro momento.
Sí, será preciso analizar con cuidado qué significa que 30 por ciento de los gases de efecto invernadero (GEI) –según datos oficiales– sea producido por el sector eléctrico. Y, sin embargo, hay que decir que, aun en el caso de que toda la electricidad fuera generada con fuentes renovables, subsistiría el problema, el delicadísimo y grave problema derivado de la contaminación de los sectores transporte (40 por ciento del total), industrial (12.6 por ciento del total), residencial, comercial y agrícola (8 por ciento del total) y, finalmente, energía por su consumo propio de energía (casi 9 por ciento del total de GEI).
Por eso debemos ser muy cuidadosos de sostener un discurso muy radical de renovables para el sector eléctrico. Y otro muy complaciente con la industria y el transporte, pretextando la falta de soluciones tecnológicas para superar sus terribles acciones depredadora y contaminante. Sobre esto habrá que profundizar un poco un día de estos. También sobre qué dice a este respecto la Estrategia Nacional de Energía entregada el jueves pasado al Senado. Sin duda.