La estrategia de mostrar a Pemex como una empresa inviable se aceleró durante el Gobierno de Fox. Se intentaba crear la sensación de que sería conveniente venderla antes de que su enorme deuda la ahogara.
No obstante, el circunstancial aumento de los precios del petróleo le obligó a modificarla y su Secretario de Hacienda le diseñó un régimen fiscal desorbitado que tenía el mismo propósito de quebrarla.
Desde entonces, por concepto de impuestos, el Gobierno federal sustrae recursos de Pemex superiores a sus utilidades, mientras le otorga un presupuesto destinado al gasto corriente y le obliga a endeudarse.
Los títulos de deuda que emite Pemex dan oportunidad de especulación al capital global y convierten a la empresa en una plataforma de negocios privados en los sectores de mayor rentabilidad: extracción y producción; refinación; operación de oleoductos y petroquímica. Todo dentro del marco de una reforma cuya intención real es transferir Pemex al capital global.
El Profr. William I. Robinson, de la Universidad de California en Santa Bárbara, sostiene la hipótesis de que entre fines del siglo 20 y principios del 21 se origina una cuarta etapa del capitalismo cuyo rasgo fundamental es que los principales capitales nacionales se han ido trasnacionalizando y fusionando con capitales de otros países, dando origen a un capital global que no se identifica con un solo país, sino con el sistema global en su conjunto.
La economía global es un sistema transnacional de producción y finanzas que genera circuitos globales de acumulación de capital y poder al que todos los países del mundo, en diferentes grados, se han visto obligados a integrarse, de tal forma que los Estados actúan en función de las exigencias del capital sin atender a las demandas populares, abandonando su actividad política y convirtiéndose en policías del poder global.
La globalización extrae el capital del Estado-Nación y la sociedad ya no puede intervenir para exigirle al Estado que distribuya la riqueza, los sindicatos se esfuman y se desploma el nivel de bienestar de las clases populares.
En Latinoamérica hay dos respuestas a este fenómeno social: la neokeynesiana que busca nuevos mecanismos para lograr una redistribución y control de los recursos del Estado, donde se encuentran Brasil, Uruguay, Chile y es la ideología del PRD en México. La otra reacción es la de Venezuela, Ecuador y Bolivia que se ubica entre un populismo radical y un socialismo del siglo 21.
Para legitimar en Latinoamérica el poder global, el gobierno estadounidense desarrolló una política de promoción de la democracia, mediante la cual su dominio geopolítico transitó de una forma coercitiva a una consensuada y se caracteriza por la coexistencia de una dictadura socioeconómica y una democracia política denominada poliarquía. Esto significa que hay una democracia real entre las élites y que la concentración de poder económico se traduce en influencia política.
En el caso particular de la urgente privatización encubierta de Pemex, no hay duda de que existe una fuerte presión diplomática de Bush sobre Calderón que se deriva de la crisis de abasto de petróleo en los Estados Unidos, el inicio de una recesión económica y el temor de Bush de enfrentar un juicio político en sólo unos meses.
Al margen de esta situación de política contingente, las élites políticas y empresariales de México, que forman parte de la nueva economía global, no son capaces de distinguir la frontera entre lo privado y lo público y piensan que entregar la riqueza de México al capital global es un acto inteligente y patriótico.
No obstante la fuerte campaña de desinformación del medio televisivo, los mexicanos que aman a su patria tienen muchas posibilidades de conservar la riqueza de Pemex. La mentira dura hasta que la verdad llega.
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