En la transición sexenal mexicana hay fiebre privatizadora, competencia entre presidentes saliente y entrante por entregar riqueza mexicana a manos privadas: Por una parte, Peña Nieto de gira por Sudamérica, insiste en exponer su plan de privatización de Pemex, mismo que según dice, busca ampliar la participación privada en la petrolera mexicana, pero nos pone una prueba de entendimiento, ya que dice que eso no es privatización. Por otra parte, de Calderón, presidente saliente, se ha sabido en estos últimos días de su sexenio, que dispuso de fondos de Pemex para financiar astilleros en España.
La gira de Peña para la promoción de inversiones privadas en Pemex, es solo la continuación de su discurso de campaña, mismo que no tiene base legal; habría que modificar la Constitución, por una parte, y desconocer las reformas aprobadas por consenso absoluto en el Congreso en 2008. Esta actividad del presidente electo, tiene visos de ilegalidad, ya que da por hecho que las inversiones externas a nuestra petrolera van a llegar, lo que significa, por supuesto, que las empresas inversionistas van a tener ganancias, retorno de sus inversiones, lo que a su vez nos lleva a la pregunta de si podemos darnos el lujo de compartir nuestras ganancias.
Lo que sucede es que Pemex es un excelente negocio, nada más en Agosto de este año exportó petróleo crudo por 4,245 millones de dólares, además de 67,716 millones de pesos por ventas internas, mismos que con una paridad de 13 pesos por dólar son 5,209 millones de dólares. Estamos hablando de una empresa que vende 9,454 millones de dólares mensuales; 113,448 millones de dólares al año.
Tal volumen de ventas despierta, como siempre, la intención de participación, misma, que como siempre, se disfraza de modernización; también de apertura; o como dice Peña Nieto, de necesidad de incrementar la competitividad. Parece obvio, pero hay que repetirlo: lo que buscan estos políticos, en realidad voceros de las petroleras privadas, es: invertir para ganar, en un negocio seguro, un negocio que representa la tercera parte de los ingresos de la hacienda pública mexicana.
Peña quiere que en su gobierno los privados inviertan y ganen, Calderón ha establecido desde ya, un flujo de recursos de Pemex, o sea de los mexicanos, directo a España. Lo primero fue la compra, por miles de millones de dólares, de acciones de la petrolera privada española Repsol; lo nuevo es inversiones en astilleros españoles, para la construcción de buques de turismo, por centenas de millones de dólares. Esto que podría ser causa de cargos penales al director de Pemex, al secretario de hacienda y al propio presidente, es un escándalo de corrupción que no debe ser tolerado, mucho menos cuando se sabe que a la petrolera nacional se le restringe el presupuesto de mantenimiento y se le regatean las inversiones, mientras simultáneamente se trata de convencer a los ciudadanos mexicanos de la necesidad de llamar a inversionistas privados, para que nos ayuden.
Triste panorama el que nos plantean el presidente que se va y el que llega. Firme tendrá que ser la respuesta que provenga de la sociedad.