José Antonio Rojas Nieto
Una de las líneas de reflexión cotidiana y prácticamente permanente entre los compañeros del Observatorio Ciudadano de la Energía (www.energia.org.mx) es sobre la evolución de precios del crudo, sus derivados, el gas natural y el carbón. Nos preocupa tanto su nivel como su relación cotidianos. Pero también su futuro próximo, y no tan próximo. Muchos aspectos de nuestra cotidianidad se juegan –si no del todo, al menos en buena parte– a partir del nivel y la relación de precios entre estos combustibles y con la electricidad. ¿Qué es mejor –por ejemplo– realizar la cocción cotidiana de alimentos y el calentamiento de agua de uso doméstico con una estufa o un calentador tradicionales de gas licuado de petróleo, o con gas natural? O, alternativamente, ¿usar electricidad generada en una termoeléctrica convencional con derivados del crudo o en una central de ciclo combinando a gas natural, o en una dual con base a carbón?
Es evidente que el precio al público de estos combustibles y de la electricidad orientan de manera fundamental –por no decir casi exclusiva– la decisión de familias consumidoras y empresas productoras de combustibles o generadoras de electricidad. ¿No debieran influir también la mayor o menor disposición o seguridad de abasto y suministro que se tiene en cada caso? ¿O la mayor o menor eficiencia con la que se produce o se consume para tener la energía útil requerida? ¿Y, asimismo, influirnos en la decisión el mayor o menor efecto que tiene la producción y el consumo de combustibles y electricidad en el tan publicitado calentamiento global? En el Observatorio Ciudadano de Energía nos resistimos a pensar que sólo con el precio, por más fundamental que resulte, se deben orientar las decisiones de los consumidores.
Hacen falta políticas públicas sustentadas y sustentables, que permitan un ejercicio más racional y conciente –socialmente asumido e impulsado– de producción y consumo de energía, y de satisfacción de las necesidades –ya generalizadas– de iluminación, cocción y refrigeración de alimentos, calentamiento de agua, aire acondicionado, uso de aparatos electrodomésticos, bombeo de aguas potables y negras, y transporte de mercancías y personas, entre otros. Sin duda.
Pero atrás de esas políticas se encuentra –difícil aceptarlo y más difícil hacerlo bien– la previsión del futuro –próximo y lejano– de la disposición de recursos. También de las condiciones de producción, transporte y consumo de combustibles y de sus efectos. Asimismo de las condiciones de generación, transmisión, control, distribución y consumo de electricidad y también sus efectos. En el mundo hay un severo debate sobre esto. No están resueltas a cabalidad las interrogantes en cada caso. Ni tampoco los mecanismos e instrumentos que permiten enfrentar la incertidumbre, también en cada caso. En este contexto quisiera observar hoy un fenómeno nuevo y novedoso que puede y debe tener gran impacto en nuestro futuro energético. En realidad en el de toda nuestra vida cotidiana. Me refiero a uno de los fenómenos más novedosos de nuestra historia económica y energética reciente, que no puede pasar inadvertido, y que nos obliga a una reflexión muy cuidadosa y detallada sobre lo que representa. Más aún si –como parece ser– asistamos a una nueva etapa en la vida energética del mundo. ¡De México también! ¿A qué refiero? A la relación de precios del crudo con el gas natural.
Si mis registros no fallan –créanme creo que no– es la primera vez en toda la historia de la comercialización del crudo y del gas natural en el mundo –pese al riesgo utilicemos como referente al mercado estadunidense– que el precio del primero es cinco veces el precio del segundo. Sí, hace unos días –y después de una modificación silenciosa de casi cuatro años– por el mismo volumen del calor primario que se obtiene con las tecnologías existentes, se pagaba cinco veces más por el calor proveniente del petróleo respecto del proveniente del gas natural. Y casi cuatro por el del petróleo respecto al del carbón. Sólo hablo de calor primario. No del secundario, es decir, ya transformado en petrolíferos o en electricidad. Ni tampoco de sus efectos contaminantes. ¿Qué significa esto, que subrayo como nuevo en el mundo comercial de la energía? Que si –por ejemplo– usted quisiera adquirir un volumen de calor primario para usarlo, debiera pagar por el calor proporcionado por la combustión del crudo cinco veces más de lo que debiera pagar por el calor proporcionado por la combustión del gas natural.
La relación ya tiende a ser –al menos por el momento– de cinco a uno. Tradicionalmente no superaba el dos a uno. Sería de casi siete a uno a favor del gas natural para generar electricidad. Si se trata de una nueva relación de carácter más permanente –asunto que, por cierto, exige una reflexión más acuciosa, fina y estricta, pues hay riesgos en la simplificación de este fenómeno y en la geopolítica de su disponibilidad–, estamos frente a un reto muy grande. Y es preciso sacar nuevas preguntas y respuestas y conclusiones, sobre nuestro perfil energético futuro, en todos los órdenes: disponibilidad, producción, transporte, consumo y utilización de energía. Sí, es preciso y urgente, estudiar a fondo si el abaratamiento relativo del gas natural –del cual, por cierto, parece que no tenemos mucho– tiende a ser permanente y qué implicaciones tendría para nuestro futuro, próximo y lejano. Sin duda.
NB. Con admiración y reconocimiento a la investigadora Sarahí Ángeles Cornejo, que dedicó su vida a estudiar con rigor estos fenómenos en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. Descanse en paz Sarahí.