Por: José Antonio Rojas Nieto
La producción petrolera de México empezó a descender en el verano de 2004
La producción petrolera de México empezó a descender en el verano de 2004. Hace poco más de cinco años. Pero varios años antes ya se advertía de esa declinación. Desde ese verano -en consecuencia- el ingreso gubernamental por concepto de renta petrolera (derechos de extracción de hidrocarburos) fue relativamente decreciente. ¿Qué significa esto? Que pese a recibir más renta petrolera derivada de unos precios en ascenso, ésta era menor a la que se hubiera recibido si la producción no hubiera descendido. Claro, dice Perogrullo.
Sin embargo, ese preciso momento -justamente ese- era uno de los adecuados (desde 1978 que México se convirtió en exportador importante de petróleo ha habido varios) para enfrentar el problema de la debilidad fiscal, para calificar benévolamente el hecho de que sin petróleo los impuestos nunca han superado 11 por ciento del producto nacional.
Además, el ingreso gubernamental global, constituido por la suma de impuestos (básicamente ISR e IVA) y derechos (en lo fundamental de extracción de hidrocarburos) ha resultado cada vez menor en relación -de nuevo- al que se hubiera tenido de no descender la producción petrolera. Pero aun antes del inicio de nuestro decaimiento petrolero, ya se había registrado otro factor que tendió a debilitar el ingreso fiscal por concepto de renta petrolera. Me refiero a la elevación de los costos de producción de nuestro petróleo.
¿Qué elementos han impulsado y siguen impulsando esa elevación de costos de producción? En lo fundamental -pero no sólo- tres:
1) El agotamiento de los yacimientos más ricos y fértiles del país, especialmente Cantarell;
2) La elevación de los costos de materiales y equipo necesarios para explotar tanto los yacimientos maduros como los nuevos yacimientos, lo que se expresa en un encarecimiento de 100 por ciento en 20 años, pero de 40 por ciento en dólares del equipo petrolero, solamente del verano de 2004 que nuestra producción petrolera empezó a declinar a la fecha;
3) Finalmente, el mayor costo de los nuevos yacimientos, derivado ya no sólo de ese encarecimiento del equipo petrolero, sino de las crecientes dificultades para la explotación de los nuevos recursos.
Estos tres factores se mostraron con mayor nitidez desde finales de los ochenta, momento en que -acaso por segunda ocasión en nuestra historia petrolera y fiscal- pudo haberse enfrentado el debilitamiento casi secular de los ingresos petroleros. El primero -sin duda- fue en el verano de 1982 cuando se derrumbaron los precios internacionales del crudo e ingresamos en esa terrible fase de estancamiento económico que casi duró 10 años.
Lo cierto es que, al menos en dos ocasiones privilegiadas (porque nos daba tiempo para un cambio gradual, paulatino y socialmente aceptado), tuvimos la oportunidad de una transformación fiscal de fondo.
El ascenso de precios del invierno de 1998-1999 al verano de 2008 inhibió esa posibilidad de que la sociedad reflexionara y decidiera cuáles deberían ser los mecanismos para sustituir esos ingresos petroleros fiscales e, incluso, se fortalecieran aún más unas finanzas públicas sobre las que, indudablemente, debe descansar el impulso al fortalecimiento de la infraestructura para luchar más por la riqueza y bienestar de las personas, las familias, las comunidades, la sociedad y la nación, y menos -según lo ha aclarado León Bendesky con agudeza- para combatir la pobreza.
Esta reflexión es absolutamente pertinente, para no caer en la renovada demagogia oficial, según la cual todos somos irresponsables, para decir lo menos, cuando nos negamos al nuevo impuesto de 2 por ciento al consumo y exigimos servicios públicos de calidad, fortalecimiento de la infraestructura, aliento a la competitividad, impulso al empleo.
No se vale -de veras que no- andar gritando a voz en cuello (por cierto, ¿se ha fijado que el jefe del Ejecutivo habla cada día en un tono más alto, a veces casi gritando?) que hay que ayudar a los pobres, cuando en los hechos se ha mostrado una secular incompetencia para cambiar a fondo la base fiscal de nuestra economía, a costa del dispendio -no se le puede llamar de otra manera- de un recurso natural no renovable y finito. Antes de necesitar solidaridad u oportunidades, los pobres en realidad todos-necesitamos empleo. Y para ello educación. Aquí sí -de veras- el orden de los factores altera radicalmente el producto. Sin duda.
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