Mundo del trabajo II
El salario en las maquiladoras
Victor OrozcoA las familias obreras de Lexmark, con mi solidaridad
Los trabajadores de la industria maquiladora han puesto lo suyo para edificar en la frontera con Estados Unidos un polo de desarrollo económico y un emporio de riqueza para beneficio de todos. De hecho han ido mucho más lejos que sus congéneres de la mayor parte de las zonas industriales en el mundo. Vale decir, la cuota de sacrificios personales y de sus familias sobresale por su tamaño colosal.
Quienes han fallado son los empresarios y el gobierno. Los primeros han padecido de una visión de muy corto alcance que privilegia la ganancia fácil y la acumulación a costa de empobrecer a los asalariados. El segundo, actúa como guardián de los primeros, para facilitar de mil maneras el enriquecimiento de las élites, no como vigilante y gestor de los intereses generales, funciones que teóricamente le corresponden.
En 1991, publiqué un libro sobre el estado de Chihuahua, ofreciendo un análisis de varios aspectos de su historia, economía, política, cultura. Uno de los puntos que toqué fue el de la industria maquiladora. Entre varios tópicos me ocupé de los salarios y me serví de una encuesta profesional llevada a cabo durante 1989. En ella se concluía que el salario promedio de un obrero maquilador era de 7.33 dólares diarios. Es hoy en día de 5.8 según informes coincidentes de entrevistados y diversas fuentes periodísticas. Es decir, el salario puesto en moneda norteamericana era hace 26 años un 25% mayor. Sin embargo, estas cifras no nos muestran todavía la pavorosa magnitud del descenso de los salarios reales, es decir, en su capacidad de compra de bienes, puesto que no toma en cuenta la devaluación del billete verde en este lapso.
Para arrojar luz sobre la misma, consideremos que en 1989, el salario mínimo en Estados Unidos, era de 3.35 dólares por hora, es decir 26.8 diarios, o sea, 3.65 veces más que el salario promedio de un trabajador de la IME en ese año. Hoy, un trabajador norteamericano gana por lo menos 7.5 la hora, equivalente a un salario diario de 60 dólares, igual a 10.34 veces el salario pagado por las maquiladoras. Si en lugar de comparar con el salario mínimo en Estados Unidos, lo hacemos con el promedio de un trabajador industrial, equivalente al de los obreros de las maquilas, esta diferencia es por lo menos de 20 a 1.
Ahora bien, el crecimiento de los salarios reales en Estados Unidos, en el período analizado, no ha significado una mejora sustancial en los niveles de bienestar de sus obreros, (En dólares constantes de 1996, cuando era de 4.75 dólares la hora, el mínimo norteamericano hoy es de 4.82 contra 4.44 de 1989) pero sí ha impedido su caída. Para que los mexicanos que laboran en las plantas maquiladoras hubieran seguido una suerte similar, esto es, haber sostenido parecido poder de compra al que tenían en 1989, su salario cotidiano debería ser del orden de 16.41 dólares, cifra resultante de aplicar el porcentaje con el que aumentaron los salarios mínimos en Estados Unidos.
No obstante, en este medio siglo se ha forjado una clase obrera entre las de mayor calificación en el orbe. Al menos son tres generaciones de trabajadores juarenses que han asimilado los conocimientos que requieren los procesos productivos modernos. Como me narraba hace poco uno de los obreros: “Mi abuelo, quien era campesino, comenzó a trabajar en la maquila antes de 1970, le siguió mi padre y ahora yo. ¡Que no sabemos!”. Por los trabajadores pues, no ha quedado. Han aprendido, son poseedores de envidiables pericias y destrezas, se han formado en la rígida disciplina industrial. En el argot del medio, tienen el famoso “Know How”, saber colectivo que hizo posible en las experiencias mundiales la recuperación de Alemania y Japón después de la devastación provocada por la guerra. No es ocioso recordar a este respecto, los frecuentes premios a la productividad obtenidos por las plantas de Ciudad Juárez.
Esta formación de los trabajadores se ha producido a pesar de dos taras que merman ordinariamente la elevación de los niveles intelectuales y técnicos de la clase obrera. La primera, ya mencionada, son los bajos salarios y la segunda su desorganización y carencia de instrumentos de defensa. El ínfimo poder adquisitivo impide que el grueso de las familias tengan acceso a bienes y servicios más allá de los elementales para garantizar su reproducción. Ni pensar por ejemplo en viajar o en que los padres, madres o sus hijos se inscriban en algún curso de idiomas, de nuevos aprendizajes. Faltan el tiempo y el dinero. No en balde mi entrevistado se quejaba con amargura de su suerte, pues las familias de su abuelo y de su padre, vivían bastante mejor que la suya, ¡A pesar de sus mayores conocimientos y preparación!.
La fuerza de trabajo es uno de los más importantes recursos que debe preservar cualquier sociedad. Está formada por los millones de hombres y mujeres que con su labor cotidiana hacen posible el florecimiento de quehaceres puramente intelectuales, científicos o culturales. Sin embargo, quienes detentan los poderes en México, cada vez más reservan a los trabajadores un trato de parias.
Hace un par de años, el economista escocés, Angus Deaton publicó un libro al que tituló “El Gran Escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad” recordando aquella vieja película en la que un grupo de prisioneros de guerra escapaban de una prisión militar alemana. Después de múltiples peripecias y peligros, recordarán quienes vieron la cinta, casi todos los prófugos terminaron por ser recapturados. El académico ganador del Premio Nobel de Economía 2015, hace un símil con la pobreza y la desigualdad, marcas distintivas del mundo actual, especialmente en países como el nuestro. A pesar del progreso económico y del tecnológico que han significado un vertiginoso aumento en la producción de riqueza material, la inmensa mayoría de los productores directos no pueden escapar del campo cercado por las alambradas y los altos muros de la marginación y la pobreza.
Esto es lo que sucede con los trabajadores de la industria maquiladora: han dado lugar a la formación de cuantiosas fortunas aquí y en el extranjero pero son prisioneros. Los capitalistas que controlan las empresas trasnacionales no cesan de extender sus negocios e incrementar sus ganancias. Los dueños locales, de igual manera, se han beneficiado de su condición de auxiliares en la industria maquiladora, amasando inmensas fortunas en el comercio, los arrendamientos de naves industriales, la especulación inmobiliaria y…la política. Todos ellos están bien salvaguardados por sus poderosas e influyentes organizaciones y partidos políticos. Además, tienen garantizada su representación, así como la gestión de sus intereses con los altos funcionarios públicos y los tribunales laborales, los cuales se desempeñan como sus abogados oficiosos y a ultranza. ¿De la salud, educación, alimentación, bienestar, progreso de los obreros y sus familias, quien se ocupa?. Estos temas serán la materia de ulteriores entregas.