¿FEDERALISMO O SEPARATISMO?
Por Víctor Orozco
28 Octubre 2020
Hace un par de semanas, cuando resonó en los medios la noticia escandalosa de que un grupo de gobernadores de varios estados amagaron con formar una nueva federación y separarse de los Estados Unidos Mexicanos. Aunque la dicha propuesta se desinfló rápidamente, queremos hoy publicar el escrito de nuestro amigo Víctor Orozco, distinguido historiador y politólogo, quien aborda el tema con claridad, en estos tiempos en que hablar directo y sin ambages, se ha vuelto un lujo.
Es peligroso agitar el espantajo de la ruptura del pacto federal como lo hacen hoy varios de los gobernadores de la alianza federalista para reclamar mayores fondos del gobierno de la República. Según mis cuentas históricas la amenaza de formar rancho aparte por alguna de las entidades que han formado el Estado mexicano, no ocurría desde los tiempos de la guerra con Estados Unidos, cuando la casta divina de Yucatán quería que esta entidad fuera una estrella más en la bandera norteamericana. No lo consiguieron, a pesar de la postración del país causada por la derrota. Luego, durante la intervención francesa, los imperialistas también intentaron destazar a México, disponiéndose incluso a convertir a Sonora en parte integrante del imperio napoleónico. Pero, fueron un chantaje o coacción llegados desde afuera, como los perpetrados por el gobierno norteamericano en varias ocasiones.
Lo de hoy es distinto. Un problema fiscal, común en todos los regímenes, se está conduciendo por una senda muy riesgosa para la paz y la vida de los mexicanos, si de verdad muchos se creen en la factibilidad de romper con la República. Y los hay, desde luego, pues entre bromas y veras, hasta se preguntan cual ciudad será la capital del nuevo país. Aunque se quiebran la cabeza en vano, pues si remotamente prosperara una secesión, de seguro que su capital estaría en Washington.
El discurso de varios gobernadores abona en este sentido, muestra de ello, es que no he escuchado -y espero sea una pura omisión de mi parte- hablar de México, de la nación. Tales ausencias, revelan que sus ojos están puestos en su coto y nada más. Sin embargo, pertenecemos a una colectividad resultante de un proceso de siglos del que han surgido lazos indestructibles en el horizonte de largas generaciones. Somos una nación, pues. Un intento de romperla llevaría a una guerra civil, de la cual emergería de nuevo la patria unificada, aunque maltrecha y vulnerable.
En la danza de las cifras que ha sido puesta en circulación, se pretende fincar una supuesta capacidad autonómica. Se dice “Los diez”, tenemos el 31% de la población y “generamos” el 40% del empleo formal, concentramos 40% de la inversión extranjera directa y 59% de las exportaciones. ¿Y? Parece que están pensando en dividir las acciones de una sociedad anónima. Estos ejercicios estadísticos pueden moverse para donde uno quiera, son cifras acomodadas al gusto del manipulador. Por ejemplo, allí está comprendida la industria petrolera de Tamaulipas y la maquiladora de los estados fronterizos. Cualquiera puede hacer otros cuadros para mostrar la contribución en distintas ramas de la economía de cada estado o de cada región. Los de Campeche muy bien pueden aducir que aportan la mayor parte del combustible utilizado por las industrias y la agricultura de todo el país. O los de Chiapas, que sin el agua de sus presas se paralizaría el suministro de energía eléctrica. ¿Y, de dónde ha sido posible la planta industrial de Monterrey, sino gracias a las inmensas obras de infraestructura construidas por el gobierno federal durante décadas, con fondos sacados de todos lados? Y así, por el estilo. Me parece que estos ejercicios son engañabobos.
Estas reflexiones no se encaminan a negar razones en los reclamos de una mejor distribución de los recursos fiscales. Pero, en un sistema de Derecho, existen medios jurídicos para conducirlos, más aún tratándose de litigios entre instancias de gobierno, de suyo con capacidades financieras y políticas para hacerlos valer. Allí están las controversias constitucionales y las acciones de inconstitucionalidad. En las democracias son usuales estas divergencias, que ni son irreductibles, ni insalvables. Al final, el tiempo de espera termina con una nueva elección que trae cambios en las políticas públicas, si los electores lo desean. En este caso, el próximo año será en varios sentidos definitorio. Por ello, no se vale atizar prejuicios regionalistas y resentimientos.