Por: José Antonio Rojas Nieto*
En 1516 el político y filósofo inglés Tomás Moro se atrevió a pensar en una ciudad ideal ubicada en la remota isla Utopía. Más aún, se atrevió a escribir sobre ella. Baste decir que en aquella isla ideal no había abogados y la corrupción era desconocida. A la manera de Tomás Moro quisiéramos reflexionar un poco -al menos un poco- sobre las soluciones ideales para el problema del transporte urbano. En entregas anteriores indicamos que los automóviles eléctricos se perfilan como la alternativa -quizá la más fuerte por el momento- para emplazar los vehículos de gasolina. No obstante, hay enormes problemas por resolver. Poco se habla -por ejemplo- de qué sucederá cuando la motorización de Europa o Estados Unidos se transfiera a economías emergentes, como la India o la China.
¿Podrá el mundo sostener el consumo de combustibles, de materiales – cemento para carreteras, por ejemplo- que supone y obliga una creciente motorización? ¿Alcanzará el planeta para darle un auto a cada chino o a cada dos? Trabajamos hoy en un proyecto en el que examinamos todas estas cuestiones. Uno de nosotros (RR) desde la perspectiva de la informática y de los robots móviles. Otro (AR) desde la visión de la economía de la energía. Creemos en esta coordinación interdisciplinaria. Permite una interesante visión sobre los problemas del transporte y su futuro. Es una coordinación algo insólita. Pero tiene su razón de ser.
Veamos. En la Universidad Libre de Berlín desde 2006, el trabajo de uno de nosotros (RR) se ha orientado a desarrollar automóviles que manejen por sí solos. Se diseñan -por ejemplo- taxis sin operador, sin chofer, que puedan transportar de manera automática a una persona de un punto de la ciudad a otro. Los autos prototipos cuentan con una unidad GPS que le suministra su posición en la ciudad, También con sensores láser que identifican los obstáculos en la cinta asfáltica (autos, peatones, bicicletas, etcétera). Asimismo cámaras de video que observan lo que sucede alrededor del auto e identifican el estado de los semáforos. Similarmente computadoras que procesan toda esta información y operan el auto. Ha habido varias carreras de autos autónomos. En la última, celebrada en 2007, participó la Universidad Libre de Berlín.
Ciertamente pensamos en un ideal de transporte colectivo. Supone -¡qué duda cabe!- una férrea decisión social. No gubernamental. Menos aún autoritaria y dictatorial. Este ideal exige vincular -aquí el papel del gobierno- todos los medios colectivos de transporte en una red bien coordinada y sincronizada que, incluso, puede incluir a los automóviles. No obstante -confesamos- en la utopía que imaginamos no hay automóviles particulares. En todo caso transportes de uso múltiples (taxis). Privilegiamos el transporte colectivo. Y de éste, el eléctrico (tranvías y Metro).
En la ciudad ideal ir de la casa al trabajo supone abordar el transporte colectivo. Pero si hay necesidad de acercarse a él, por celular se solicita el servicio del vehículo de uso múltiple o compartido (el llamado car sharing) más cercano. Nuestra ciudad no le garantiza vehículos a todos, pero a todos les proporciona -incluso de manera óptima en muchos sentidos- movilidad. Así, desplazarse de zonas de baja densidad hacia el sistema colectivo se logra con vehículos coordinados y compartidos: el más cercano y -muy probablemente- ocupado por otros viajeros que van hacia el sistema colectivo, por ejemplo un Metrobús para continuar el trayecto cómodamente sentados.
Todas las opciones de tránsito serían entrelazadas por un sistema central que optimiza el uso de recursos a nivel de barrio, de colonia y, finalmente, de toda la ciudad. ¿Utópico? En ciudades como San Francisco (Estados Unidos) o Ulm (Alemania) muchas personas han decidido prescindir de auto propio y utilizar car sharing. En estos casos los vehículos se abordan y entregan en puntos de acopio. ¿Ventajas? Economía y libertad individuales de reparaciones, verificaciones y cocheras, entre otras. Menos contaminantes y mayor sustentabilidad colectiva.
En la ciudad ideal hay car sharing pleno y sistemas colectivos sincronizados y coordinados. Se acaban las calles “atiborradas” de autos, los embotellamientos y las pérdidas de tiempo que suponen. Incluso, se puede terminar la función de operadores, profesión que -a la larga- desaparecería. Aun sin la Ciudad Utópica, la técnica va avanzando tan rápidamente que en el futuro la gente se asombrará de que en 2010 todavía teníamos que manejar los autos. Incluso tal vez se prohíba que personas manejen autos, ya que podrían provocar accidentes.
Los autos se moverán solos y de manera segura. Muchas personas manifiestan dos objeciones: 1) “con mi propio auto viajo cuando quiero”; 2) “me tardo más en llegar a mi destino”. Aclaremos. Primero, en la Ciudad Utopía los vehículos autónomos nos recogerían tan rápido como fuera posible, optimizando sus rutas para llevar más personas con el mismo trayecto. Segundo, al reducir el tráfico (estimamos factores de, al menos, cinco o seis) éste volvería a fluir con mayor facilidad y -¡admírese!- los segundos pisos serían inecesarios.
Todos llegaríamos más rápido a nuestro destino si nos ponemos de acuerdo para compartir el transporte. Las calles estarían casi vacías, sin autos estacionados, ya que éstos andarían dando servicio. ¿Aun así quiere auto propio? Bueno (malo, más bien), pues le costará muy caro, básicamente por los impuestos, pues tendría que pagar la ineficiencia y la contaminación. ¿Quiere servicios como en los aviones? Pues pague tarifas “platino” (ir solo en taxi) o “niquel” (ir en taxi compartido).
A la larga esta solución es la única que evita dilapidación de recursos no renovables. Y es la única que va a poder acomodar a todos -indios, chinos, mexicanos… a todos- sin que destruyamos al planeta. Tomás Moro estaría entusiasmado de la idea. De veras.
(*) Quinto y último de una serie de artículos elaborados conjuntamente con Raúl Rojas, profesor de la Universidad Libre de Berlín.