Mundo del Trabajo
La lucha de los trabajadores en la maquila I
Victor Orozco
De tanto en tanto, la opinión pública fija su atención en las condiciones de vida de los trabajadores. Regularmente esto sucede cuando la desesperación de los obreros hace detonar movimientos de protesta en las fábricas o plantas industriales, que son casi siempre enfrentados por el gobierno y empresarios con tácticas similares: se les sataniza y aún pretende penalizárseles atribuyéndoles su origen a la actividad de agitadores políticos, abogados interesados en hacerse de ingresos ilegítimos, etc. En Ciudad Juárez, la cuna de la industria maquiladora de exportación que arriba a su medio siglo de haberse iniciado en México, donde laboran arriba de trescientas mil personas en las líneas de producción, han brotado en los últimos tiempos varias luchas obreras. Sus objetivos son los de siempre: conseguir aumentos en los salarios y poseer organizaciones sindicales propias. La recurrencia de estos propósitos es explicable si se tiene en cuenta la caída estrepitosa en los ingresos de las clases trabajadoras y el cerco que se les ha tendido para evitar su organización y por tanto la defensa de sus intereses por sí mismas.
Pensemos en estos dos temas, comenzando por recuperar algunos conceptos básicos. La disputa entre el capital y el trabajo por alcanzar cada uno una porción mayor de la riqueza producida en una sociedad, es ineludible. El primero busca siempre que sus ingresos sean cada vez mayores, cualquiera sea la forma que asuman: rentas, beneficios, dividendos, regalías, intereses, ganancias. Puesto que la cantidad a repartir es una, por necesidad su incremento se hace siempre a costa de la otra parte, esto es los ingresos percibidos por el trabajo, en sus diversas expresiones o modalidades: sueldos, salarios, bonos de contratación, de puntualidad, primas de antigüedad, aguinaldos, pagos de horas extras, por días festivos e incluyendo otros que no provienen del trabajo propiamente asalariado, como los de comerciantes en pequeño, artesanos, profesionales, etc.
Un segundo aspecto a considerar es la manera como se reparte la riqueza entre estos dos grandes sectores. Puesto que los dueños del capital controlan o dominan no únicamente a los medios para producir, sino en general a las instituciones políticas, los medios de comunicación y al último las fuerzas armadas, usualmente el tamaño de la tajada que le toca es varias veces mayor que la de quienes viven del producto de su trabajo. Traigamos a colación algunas cifras difundidas por la organización Oxfam México sobre la distribución de la riqueza en nuestro país: en 2012, el uno por ciento de los habitantes concentraba alrededor del 43 por ciento de la riqueza completa del país. La acumulación de los ingresos totales se ha venido intensificando en las últimas décadas: en 1996 el capital reunido por diez y seis personas equivalía a 25,600 millones de dólares. Para 2014 sumaba casi 143 mil millones. En 2002, cuatro individuos: Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres (el recién galardonado con la medalla Belisario Domínguez) y Ricardo Salinas Pliego alcanzaba el 2% del Producto Interno Bruto, algo ya escandaloso, pero estos mismos personajes, poseían en 2014, ¡el 9.5% de toda la riqueza generada por los mexicanos!.
En el otro lado de la cerca, el 45% de los habitantes mal viven en situación de pobreza extrema, es decir, apenas sí rebasan el nivel de la pura existencia física. Estas cifras, se reflejan, como puede suponerse en otros ámbitos como la salud y la educación. En el último rubro, el 48% de las escuelas públicas no tiene drenaje, 31% carecen de acceso al agua potable, 12.8% de sanitarios, 11.2% de
energía eléctrica. 80% de los alumnos que estudian en estas escuelas no pueden acceder a internet. Estas desventajas naturalmente tienden a perpetuar y ensanchar los abismos sociales.
Todos estos datos son escalofriantes, pues nos hacen ver a un país cuyas mayorías productoras, las que forman el mundo del trabajo, están sometidas a un intenso proceso de empobrecimiento agravado día a día. Con ello, a los jóvenes se les clausuran las vías para elevar sus niveles de bienestar y de ascenso en la escala social.
Ahora viene otro de los cuestionamientos: ¿Se encuentra la desigualdad social vinculada al atraso económico y al reducido crecimiento de la economía? O bien, ¿Les asiste la razón a quienes han impuesto este modelo de ínfimos ingresos para el trabajo y gigantescos para el capital bajo el argumento de que primero hay que crear la riqueza y después repartirla? Hace unos meses circuló un informe del Fondo Monetario Internacional, institución a la que no se le puede acusar desde ninguna perspectiva de “populista”, o partidaria de políticas intervencionistas del estado en la regulación del reparto del ingreso. Los expertos del FMI han encontrado que favorecer al sector más rico, no contribuye a generar más bienes y servicios, es decir a incrementar la riqueza social. En cambio, ésta crece en automático, junto con la productividad, cuando se aumenta el ingreso de los colocados en la base.
La conclusión es que la política de mantener a toda costa los bajos ingresos para los trabajadores para provocar el despegue económico y un crecimiento sostenido, descansa en una falacia. Este engaño, no tendría mayor importancia si se redujera a un puro sofisma académico, pero en el mismo descansa una tragedia que irrumpe en la vida de millones de personas a las que frustra todas sus esperanzas de mejorar su salud, su vivienda, su alimentación y la de sus hijos. Y lo que quizá sea peor, que condena a las nuevas generaciones a sufrir las mismas condiciones de existencia que sus padres, pues las enormes desventajas derivadas de su situación harán que la inmensa mayoría permanezca en el interior de estos muros de carencias, discriminación y pobreza.
Romper estos círculos viciosos es una tarea ingente y de titanes. Quienes lo hagan tendrán que venir, con certeza, del mundo del trabajo. Nadie hará por los trabajadores lo que no hagan por ellos mismos. Para nada sirve sembrar ilusiones como las que subyacen en las invocaciones religiosas y rogatorias al Papa, a quien se le está bombardeando ya con cientos de peticiones aprovechando su próxima visita a ciudad Juárez.
Pero sí podrán, los trabajadores, encontrar aliados y compañeros en múltiples ámbitos, en los cuales se encuentran periodistas, intelectuales, curas progresistas, dirigentes políticos comprometidos con las causas sociales, estudiantes, empresarios que han alcanzado un cierto grado de conciencia social, etcétera. Con acciones concertadas, es posible cambiar el escenario y colocar al trabajo en el centro de la atención nacional, pero no sólo, también de la política económica.
De estos tópicos me ocuparé en nuevas entregas.