Víctor Rodríguez Padilla
22 de abril de 2016
La energía eléctrica no es ni un taxi ni una mercancía.
Es un servicio público de primera necesidad.
Dejar que su precio lo fijen las fuerzas del mercado
se lo debemos a la reforma energética.
No ha sido una buena idea. Hoy parecen ganar algunos,
a la larga perdemos todos.
El incremento de las tarifas de Uber durante la contingencia ambiental en la Ciudad de México ha dado origen a un interesante debate. ¿Fue correcto aplicar la “tarifa dinámica” cuyo resultado fue multiplicar por diez el precio normal y cobrar hasta mil pesos por viaje? Usuarios indignados califican el comportamiento de Uber como abuso, rapacidad y desvergüenza de un capitalismo salvaje.
Pablo Hiriart comentó en El Financiero (goo.gl/Yicxi0) que en Nueva York los taxis no aumentan sus tarifas cuando hay nevadas ni durante las horas pico. Se pregunta si los taxistas en la Ciudad de México deben subir sus tarifas cuando llueve o hay contingencia ambiental, si las autopistas deben incrementar el peaje durante las horas de mayor afluencia o si debemos aplastar al que se queja diciéndole que tome el metro o la carretera libre. “Claro que no”, asegura Hiriart. “Hay un interés superior de la comunidad y eso no responde a una ideología colectivista, sino al sentido común”. Estima que Uber se aprovechó de una desgracia para esquilmar a los usuarios y al hacerlo fue tan ruin como el farmacéutico que triplica el precio del Tamiflú cuando hay epidemia de influenza, el hospital que multiplica por nueve sus tarifas después de un terremoto o el comerciante que vende el agua embotella cinco o seis veces más cara en caso de huracán. “Aprovecharse de la desgracia de una comunidad es propio de buitres, no de seres humanos”, comenta indignado. El capitalismo es el mejor de los sistemas probados hasta ahora por la humanidad, asegurar Hiriart, pero debe imperar el sentido común además de que tiene que haber una autoridad que evite abusos y tutele el bien de la comunidad. Aplicar el dogma de que todo se rige por la oferta y la demanda a cualquier hora y en toda circunstancia no es un capitalismo bien aplicado, de hecho no hay capitalismo bueno sin los valores que cada comunidad le quiera imprimir, entre ellos la solidaridad y el buen juicio. “Lo que hizo Uber es reprobable, por usurero y desleal. El Estado, en este caso, desde luego, tiene que hacer sentir su presencia”, concluye Hiriart.
Leo Zuckermann en Excelsior (goo.gl/FF620T) se unió a la crítica pero aclaró que el abuso de Uber “no tienen nada que ver con un tema moral sino con una predecible conducta económica derivada de la falta de regulación de una práctica monopólica”. Cuando aumenta la demanda y disminuye la oferta en un ambiente de libre mercado se incrementan los precios, lo cual incentiva la entrada de nuevos competidores atraídos por el lucro, sin embargo la entrada no es inmediata de ahí la oportunidad para Uber de comportarse como monopolio y cobrar precios exorbitantes. Dicho en otras palabras, el decreto de contingencia ambiental y la disminución de las unidades Uber disponibles motivó la capturar rentas extraordinarias. Aquí lo que corresponde es que el Estado intervenga imponiendo un tope a las tarifas durante los momentos de contingencia económica. “Así de sencillo: es lo correcto para el buen funcionamiento de este mercado”, concluyó.
Otros justificaron el comportamiento de Uber en la racionalidad económica y fustigaron al Gobierno de la Ciudad de México por intervenir para tratar de anular la tarifa dinámica durante los periodos de “doble hoy no circula. A su juicio, el mercado debe aportar la solución, se tome el tiempo que se tome, cueste lo que cueste y le pese a quien le pese.
Carlos Mota en el Financiero (goo.gl/WRdDRN) no dudó en aplaudir a Uber por haber dado “una gran lección de capitalismo de libre mercado”, pues cobró de acuerdo con las leyes de la oferta y demanda y “mostró en una sesión lo que ni el sistema educativo ni las autoridades han podido insertar en nuestra conciencia: las cosas cuestan, y cuestan más si más gente las requiere”. Con un pretendido tinte científico añadió: “lo único que hizo la firma fue habilitar un algoritmo que calcula la escasez relativa del servicio en diferentes momentos del día, y cobrar una tarifa que reflejara esa escasez”. Mota se quejó del trato injusto que se le daba a Uber en las redes sociales, cuando lo único que hizo fue “ponerle precio real al transporte en la ciudad”. Señaló que los mexicanos no estamos acostumbrados a funcionar con los principios del libre mercado. “A la gente se le alimenta la idea de que los precios deben ser ‘justos’ y que, de no serlo, el gobierno sale a defendernos”.
En su columna Peso y Contrapesos (goo.gl/lyvl2X) Arturo Damm, comentó que la reacción de Uber fue correcta y en beneficio de los consumidores. Señaló que el aumento de precio tuvo su origen en los cambios en la oferta y la demanda, en las nuevas condiciones del mercado, y no en el afán de Uber de exprimir al máximo el bolsillo de los usuarios del servicio. Con el aumento de tarifas Uber resolvió el problema de la escasez, eso fue todo, señaló Damm. Guillermo Barba escribió en Forbes (goo.gl/PNZIYC) que el problema es el gobierno que echa a perder todo lo que toca y que quiere controlar los precios de una empresa privada. Para Barba el problema no es Uber sino las políticas intervencionistas y el populismo que estorba al crecimiento económico. Llamó a la ciudadanía a defender la libre celebración de contratos entre particulares, para que sean los oferentes y demandantes en competencia los que acuerden los precios, así como a repudiar a toda autoridad que coarte dicha libertad. Señaló que el alza de precios fue culpa de las autoridades por dejar sin auto a millones de personas de la noche a la mañana. Y advirtió que de consumarse el tope a las tarifas se estaría enviando una pésima señal a los inversores. Concluyó diciendo que es el consumidor el que debe decidir qué empresa gana o pierde y no los gobernantes. Otros defensores de Uber argumentaron que los usuarios fueron advertidos de lo que costaría el pasaje y si lo tomaron fue asunto suyo por lo que no se vale andar quejándose.
El expediente Uber viene a colación porque el sector eléctrico podría verse envuelto en una situación similar. La reforma energética liberó en el precio de la electricidad y próximamente se fijará en función de la oferta y la demanda. Aún estamos en el periodo de transición y coexisten varios sistema de precios, sin embargo, en el futuro todos dejaremos de ser usuarios para convertirnos en clientes y todos pagaremos “el precio real de la electricidad”. La ley faculta al Estado para establecer tarifas que podrían aislar a ciertos consumidores de lo que ocurra en el mercado, pero esa posibilidad es considerada más como una excepción que como una regla en el nuevo modelo de industria.
Observando lo que ocurre en países que liberalizaron la electricidad nos damos cuenta que el precio spot en el mercado mayorista es muy volátil. La razón es simple. La electricidad que alimenta a la economía no se puede almacenar y se debe producir en el momento en el que se necesita. Además, La cantidad que demandan los consumidores fluctúa de manera importante de hora en hora, de un día para otro, de mes en mes y de un año a otro. La oferta debe anticiparse a la demanda para que siempre esté disponible, de ahí la exigencia de contar con capacidad suplementaria, que también sirve para compensar las variaciones de generación por razones técnicas, climáticas y de proceso de inversión. El estado de la red es importante pues si no se expande adecuadamente se crean cuellos de botella que dificultan equilibrar la oferta y la demanda. No extraña entonces que el precio varíe cada hora e incluso cada media hora, que sea más bajo en los momentos de menor demanda y más alto en horas pico. En tales mercados es común que el precio máximo sea diez veces mayor que el precio mínimo del día, sin embargo, como sólo aplica durante poco tiempo la factura diaria resulta abordable. En contraste, el precio llega a ser negativo cuando la oferta supera por mucho la demanda y algunas unidades de generación no pueden ser detenidas por razones de política energética (las centrales eólicas por ejemplo).
El verdadero problema surge cuando la demanda crece de manera sostenida, la oferta se retrasa y el margen de reserva se desvanece. En esas condiciones el precio se mantiene elevado a lo largo del año y explota durante las horas pico. El fenómeno se agrava si los combustibles para generar electricidad se encarecen y peor si los generadores aprovechan para obtener jugosas rentas monopólicas tal como hizo Enron en California. A ello se agrega que la señal de precio tiene poco efecto sobre la demanda. Subirse a un taxi es opcional, consumir electricidad es ineludible para producir, progresar y tener una vida digna. La electricidad no es un lujo es un bien de primera necesidad que no tiene sustituto. Como las personas no dejan de consumir aunque suba el precio el reclamo social se hace estridente y la intervención del Estado no se hace esperar, cristalizando en una tarifa social o en precios acotados. En California las autoridades establecieron precios máximos de 2500 y 750 dólares por mega Watt-hora (MWh), en el primer caso para la electricidad intercambiada en el mercado (CALPX) y, en el segundo caso, para la electricidad adquirida por el operador de red (CAISO) para empatar la demanda y el suministro. Tales niveles distaban una enormidad del costo medio de largo plazo que era de sólo 35 dólares por MWh. Cuando la brecha se amplía a pesar del esfuerzo por aumenta el suministro y disminuir el consumo, la escasez se resuelve destruyendo la demanda con apagones de una, dos, tres horas al día o lo que haga falta. Cortar la corriente elimina la escasez y restablece el equilibrio, cierto, pero está lejos de ser una solución aceptable. Remplazar la lógica del servicio público por la lógica del mercado especulativo no fue una buena idea.